En el 2014 comencé a estudiar la universidad, todo parecía ir viento en popa, pero la tormenta azotó en el segundo semestre. Pérdidas familiares y una crisis económica; era necesario que todos en casa trabajáramos, yo no me podía quedar atrás.
Con solo la prepa terminada y un currículum bastante austero llegué al call center de una importante empresa de transporte de pasajeros; trabajo que podría parecer simple pero que marcó un antes y un después en mi vida.
Este empleo puede parecer bastante sencillo pues las principales tareas consisten en atender llamadas de cientos de clientes que buscan un boleto para su destino o el reembolso de su compra, pero la realidad es que es más difícil de lo que se piensa.
En la oficina tenía tres supervisores, quienes rotaban en el horario de la mañana, tarde y noche; como en todo trabajo, están los que entienden que a veces se necesita tomar un break para ir al baño y los que de plano te cuentan las veces que respiraste.
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El ambiente era muy ameno cuando estaban los dos supervisores “cool”, quienes se tomaban dos minutos para platicar conmigo después de una estresante llamada pero cuando tenía al “estricto” todo era silencio y muy estresante, para darte una idea, él nos limitaba sólo a tomar un litro de agua para evitar pararnos durante nuestro horario de trabajo.
No podíamos ingresar con celulares al área de trabajo, solo teníamos permitido entrar con una libreta y pluma para anotar las claves necesarias para generar un reembolso. Los compañeros eran bastantes competitivos y celosos, pero se entiende, todos buscamos tener el mejor bono del mes.
El ambiente y los compañeros es algo que puedes dejar pasar con solo conectarte a tu teléfono, diadema y computadora, el verdadero reto era atender a los clientes; están aquellos que pueden ser muy comprensibles y por otro lado están los que olvidan que eres un ser humano que merece respeto.
En una ocasión, atendí la llamada de un señor que quería su reembolso, el cual no podíamos hacer, ¿la razón? Compró su boleto en otra página y no con nosotros; el señor me “bañó” en insultos, lo único que podía decir era: “lo entiendo”.
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¿Cómo puedes entender que te insulten? Jamás te acostumbras pero lo ves como parte de tu trabajo, como si fuera un requisito ser extremadamente amable y comprensible aunque te digan hasta de lo que te vas a morir.
Nosotros teníamos prohibido colgar, no importaba que el usuario nos dijera de todo, teníamos que seguir manteniendo el tono de voz bajo, no sonar robóticos, limitarnos a solo decir “lo entiendo” y por supuesto, mostrar pena por no poder resolver sus problemas, aunque realmente no pudiéramos.
Lo cansado de trabajar en un call no es el tiempo que pasas en una silla o con una diadema en la cabeza, lo realmente agotador es atender a clientes que no siguen las normas y quieren llevar animales arriba del autobús; es desgastante soportar groserías y un verdadero dolor de cabeza ser el “bote de basura” de los usuarios.
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Todos los días podías ir con la mejor actitud pero si te tocaba un cliente difícil solo te daban ganas de colgar y renunciar, las siguientes llamadas ya no las tomabas igual y el tiempo pasaba lento.
Trabajar en call center te recuerda que cada trabajo es totalmente respetable, te enseña a ser más amable con la persona que te habla para ofrecerte una tarjeta, incluso, si recibiste una buena orientación agradeces y felicitas su trabajo porque sabes que los supervisores monitorean las llamadas y eso cuenta como puntos extras.
Tener en mi CV que trabajé por un año en call center me hace sentir afortunada porque forma parte de mi carácter, de lo amable, tolerante y responsable que ahora soy; para ser mi segundo empleo no estuvo mal, me quitó ese miedo a trabajar y me permitió saber qué es estar del otro lado de la línea ofreciendo un servicio. ¿Lo volvería a hacer? Espero que no.
