Te levantaste por la mañana y te subiste al transporte público, como todas las mañanas. Fuiste a trabajar, para hacer la misma tarea que detestas, pero haces para sobrevivir. El sueño de joven se murió: ya sabes que tu sueldo no te hará millonario.
De pronto, tu jefe te llama a la oficina. No se ve enojado, más bien te pide hablar a puertas cerradas. Resulta que después de tanto, la empresa se fijó en el gran trabajo que has hecho de manera incansable como aquél mito de Sísifo. Ahora te están ofreciendo un salario que es seis veces más de lo que ganas actualmente. Haces las cuentas y por tu mente pasa la idea de que no habrá más deudas y que por fin tu nivel de vida va a mejorar.
Vas a casa contentísimo, porque por fin tienes el sueldo que soñaste de joven. Era cierto: los más talentosos son recompensados después de mucho esfuerzo. Le cuentas a tu pareja que se acabaron las penurias, que la vida que le prometiste al unir sus vidas por fin será realidad.
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Pasa la quincena y de pronto recibes tu sueldo. Ya por fin entiendes lo que Samuel García quería decir: tal vez tu sueldito de unos 40 mil pesos no era tanto después de todo. Pero hay que ir a celebrar al restaurante más lujoso, porque ya se acabó eso de estar amarrado y limitado con el dinero.
¿Seguir vestido con esas prendas baratas que llevaste por tantos años? Ni soñarlo: hay que renovar el guardarropa, porque no basta con tener más dinero, sino que hay que exhibirlo a los cuatro vientos. ¿Seguirte subiendo al metro con todos los demás godínez mortales? Ni soñarlo, mejor hay que ir a la concesionaria a sacar el mejor auto, último modelo si es posible, y lo más lujoso que el crédito alcance a cubrir. ¿Seguir rentando en la periferia de la ciudad? Para qué, si tu sueldo te da para mudarte cerca del trabajo, donde ni siquiera tendrá sentido sacar el auto para tus viajes diarios.
Este sueño vive por algunos meses. No llevas un presupuesto, porque piensas que contar el dinero es para codos y amarrados, no ahorraste porque pensaste que tu vida sería así en todos los meses en adelante, no aportaste a tu retiro, y más bien contrataste más deuda, porque te dejaste llevar por la idea de quien nada debe nada tiene. Por si fuera poco, tu auto tuvo un accidente y como no tenías un fondo de ahorro para emergencias, tuviste que pedir más crédito.
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Pero de pronto la empresa tiene problemas operativos, y debe hacer un recorte de personal. Descubrieron que eres uno de los empleados más costosos, y después de todo, pueden prescindir de ti, porque otra persona podría ocupar tu puesto por menos dinero y seguir resolviendo problemas.
Ahora estás en un grave problema, porque estás peor que antes de tu ascenso: las deudas te consumen y no tienes cómo pagarlas. Además, la suma de todas tus deudas, con todo e intereses, suponían que apenas tuvieras dinero para tus gastos fijos, e incluso te faltaba dinero. Y conseguir otro puesto como ese en el sector privado tampoco es tarea fácil, sobre todo si ya has pasado tus buenos años.
Ya siendo más grande y más viejo te das cuenta de que pretender vivir de las apariencias para presumir en Instagram no te hizo rico. Por el contrario, lo necesario era hacer un presupuesto, pagar tus deudas, y al liquidarlas comenzar a ahorrar invirtiendo tus ingresos en múltiples instrumentos, incluyendo el ahorro para el retiro.
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De pronto, la vida te da otra oportunidad. Estás tú mismo en el presente, haciendo el mismo trabajo de siempre. Te has dado cuenta de que lo importante no es tener más dinero, sino el cómo lo administras y te relacionas con él. La situación económica es difícil como para pensar en ahorrar, pero lo es más si no destinas una parte al ahorro.
Esa disciplina no viene con ganar más, sino teniendo buenos hábitos financieros, que puedes ir aprendiendo para entender que la riqueza se construye con trabajo duro, ahorro e inversión. Y que lo más importante es que puedes ponerte la meta de tener más dinero o ser millonario, pero no basta con llegar, sino mantenerse. Ahí está el reto de un mundo tan imprevisible.
